jueves, 17 de junio de 2010

Historia (II) Carreras en Roma







Las carreras de carros en la antigua Roma



No hay espectáculo en la antigua Roma que desatara tantas pasiones como las carreras de carros, superando incluso las luchas de gladiadores o cualquier otro acontecimiento. Era el fútbol del mundo antiguo, llegando incluso a producir dramáticas divisiones partidistas entre los asistentes.


Los circos -ludis circense- son construcciones más antiguas aún que los anfiteatros, posiblemente fueron los sucesores de los hipódromos griegos. En el s. III a.c. existía el Circus Maximus y el Circus Flaminius. El Circus Maximus, tenía una capacidad para 385.000 espectadores y medía 615 por 215 m. En Hispania el aforo medio era de 25.000 a 30.000 espectadores, destacando los circos de Emerita, Tarraco y Toletum.


Maqueta de la via apia la puerta Capena y el Circus Maximus






Foto: reconstrucción de lo que sería un corte del Circo



(Fuente: colección McManus)







Los carros eran tirados por dos caballos (biga), cuatro caballos -las carreras preferidas- (cuadrigas) o tres caballos (triga); e incluso por diez caballos, (decemiuges).

Generalmente eran conducidos por un esclavo (auriga), que portaba un yelmo de metal para protegerse la cabeza. Las riendas las llevaba en una mano y en su cintura, y la otra mano era para el látigo o la fusta.


Participaban cuatro equipos con los colores blanco, azul, verde y rojo. Cada equipo estaba compuesto por tres carros. Todos los espectadores eran seguidores incondicionales de algún equipo y existía cierta correspondencia cromática con las clases sociales.

Los partidarios de los azules se reclutaban entre los miembros de la aristocracia mientras los verdes eran más populares.

El espíritu partidista llegó a provocar serios enfrentamientos entre los espectadores, dejando pequeñas las algaradas de los actuales tiffosi o los hooligans.


Los espectáculos eran anunciados en carteles realizados en colores rojo y negro que se distribuían por toda la ciudad. Junto con las distribuciones gratuitas de alimentos, los juegos eran la manera más utilizada para ganarse la simpatía popular. Panem et circenses contentaban a la plebe y hacía que no prestasen atención a las cuestiones gubernamentales.


Originalmente las carreras se celebraban en honor de Consus, una deidad agraria por lo que el evento se integró en las fiestas celebradas en abril para honrar a la diosa de la cosecha -Cerealia-. La carrera iba precedida de un desfile -pompa- que partía del Capitolio, encabezada por el magistrado que pagaba los juegos (editor), atravesaba el foro y llegaba al Circo Máximo.

Las carreras eran presididas por un magistrado o el Emperador (praeses) que arrojaban un paño blanco (mappa) para dar la salida a los carros alineados. Se alternaban las carreras al galope y al trote. Los carros debían de dar siete vueltas alrededor de la spina, un murete de poca altura en el centro de la pista, muy decorado con estatuas y elementos arquitectónicos. Sobre ella estaban los septem ova, figuras de madera ovaladas que se retiraban cuando se completaba una vuelta.

Tras el desfile se procedía al sorteo para determinar el lugar de salida de cada una de las facciones en liza. Los carros se situaban en su correspondiente calle -carcer-.


La carrera no era una cuestión de rapidez sino de táctica y técnica. Colocarse bien y obstaculizar los progresos del contrario era más importante que poseer caballos veloces.

El equino fundamental era el de la izquierda (funalis) ya que debía realizar los giros por lo que no iba atado al carro sino a su compañero. Era bastante fácil volcar el carro, chocar contra la spina o contra otro carro, lo que en el argot se llamaba naufragar.

Si el auriga caía, debía rápidamente cortar con su cuchillo las riendas para poder liberarse y no ser arrastrado. La victoria se solía decidir en los últimos metros. Cuando el primer carro atravesaba la la línea de meta, el juez alzaba el estandarte con el color del equipo vencedor y seguidamente anunciaba el nombre de su mejor caballo (funalis) y del auriga ganador.


Como ocurrió con los gladiadores, algunos aurigas y sus caballos también alcanzaron la fama, especialmente entre las damas, celebrándose sus victorias y sus gestas amorosas. Eran considerados como héroes.

Entre ellos destacó Diocles, auriga procedente de Lusitania que, en época de Trajano y Adriano venció en 1.462 carreras y ganó más de 35 millones de sestercios.


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Entrada en construcción

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